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Comemos veneno: “El cáncer, la infertilidad y la diabetes son por la comida”

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Comemos veneno: “El cáncer, la infertilidad y la diabetes son por la comida”

“El aumento de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes y el cáncer está directamente relacionado con los alimentos que comemos. Las hormonas sintéticas presentes en la comida

Foto: Comemos veneno: El cáncer, la infertilidad y la diabetes son por la comida
Comemos veneno: “El cáncer, la infertilidad y la diabetes son por la comida”
Autor
Ivan Gil
Tiempo de lectura7 min

“El aumento de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes y el cáncer está directamente relacionado con los alimentos que comemos. Las hormonas sintéticas presentes en los fertilizantes y pesticidas que entran en contacto con la comida son muy peligrosas para la salud y no suelen detectarse en los análisis toxicológicos, por lo que se invalida el principio de que la ‘dosis hace el veneno’”. Con esta advertencia a modo de carta de presentación, la galardonada documentalista y periodista Marie-Monique Robin nos introduce en el mundo de la agroindustria, su campo de investigación desde hace más de una década, y sobre el que versa su último ensayo: Las cosechas del futuro. Cómo la agroecología puede alimentar al mundo (Península).

Una obra fruto del análisis comparativo de diversos sistemas de producción alimentaria que, en sintonía con otras anteriores como Nuestro veneno cotidiano y El mundo según Monsanto, cuestiona el mito de que la bajadadel precio de los alimentos o de que el fin del hambre en el mundo solo son posibles mediante la producción industrial de alimentos. La principal novedad que aporta la autora gala con este último libro es que existe una alternativa demostrable, “más sobresaliente de lo que creía antes de iniciar la investigación”, y que se llama agroecología.El cáncer de cerebro y la leucemia están creciendo a un ritmo anual del uno al tres por ciento entre los niños, según la OMS

La transición de la agroindustria a la agroecología todavía es posible, explica Robin, pero aun existiendo la voluntad política necesaria para propiciar los cambios legislativos que la permitan, “llevará muchos años descontaminar las tierras y las aguas subterráneas hasta poder producir alimentos sanos”. Es por ello que urge, en primer lugar, limitar el uso de pesticidas y transgénicos. “España es el país más permisivo de la UE con el cultivo de Organismos Genéticamente Modificados (OGM) y la comercialización de otras sustancias tóxicas, como el bisfenol A que en otros lugares como Francia está prohibido”.Una permisividad, alerta la autora gala, con unas consecuencias más que visibles: “Las parejas españolas son las que más problemas tienen de infertilidad en toda Europa, al afectar a una de cada cuatro”. Al mismo tiempo, los cánceres de cerebro y la leucemia están creciendo a un ritmo anual del uno al tres por ciento entre los niños, según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ponen también de relieve el auge del origen fetal de las enfermedades en la edad adulta (presuntamente por el tipo de alimentación de la gestante). “La propia Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ya se está dando cuenta de estas consecuencias y reconociendo las deficiencias del principio toxicológico de que ‘la dosis hace el veneno’ debido a las indetectables hormonas sintéticas, como demuestra la mayoría de literatura científica sobre esta cuestión”, apunta Robin.

El cenit del petróleo lo será también de la comida barata

Tradicionalmente se ha relacionado el bajo coste de los alimentos con los monocultivos, el uso de pesticidas y fertilizantes para reducir las plagas, así como otras técnicas modernas de producción a gran escala. Sin embargo, Robin afirma que “los precios de los alimentos que compramos en el supermercado son completamente falsos porque no incluyen los costes directos ni los indirectos”.

Los gastos derivados del tratamiento de las aguas contaminadas, del pago de las tasas por los gases de efecto invernadero, de las subvenciones (para el gasóleo, para exportar o directamente de la Política Agraria Común de la UE), así como de los sistemas públicos de salud, por el aumento de enfermos crónicos, son algunos de los costes asociados a la agroindustria que no se incluyen el precio de origen. “Si sumamos todos estos costes a los productos en origen, su precio subiría y serían más caros que los ecológicos”. Además, añade Robin, más de la mitad del precio está engordado por los intermediarios y finalistas.Tendrán que pasar muchos años para descontaminar las tierras y las aguas subterráneas hasta poder producir alimentos sanos

Una realidad de la que no estamos muy lejos, según la autora gala, para quien antes o después tendrá que dispararse el precio de la comida, ya sea por el fin de las subvenciones (como se prevé con la PAC), por la creciente especulación bursátil con las materias primas en los mercados de futuro, o por el no menos inminente encarecimiento de los combustibles fósiles como el petróleo y el gas, debido a su cenit.

Los productos químicos utilizados en la agroindustria se elaboran a partir de petróleo y gas, por lo que un aumento en el precio de estos recursos, junto a la escasez de agua, pondría a la agroindustria en la encrucijada. “Esta es la gran debilidad de las industrias alimentarias. Se sustentan sobre un modelo que depende de los combustibles fósiles, y está claro que el precio de éstos será cada vez mayor, por lo que el de los alimentos será parejo. No tiene sentido que la alimentación en el mundo dependa de la producción de petróleo en una región tan convulsa como es Oriente Medio”, lamenta Robin.

Alimentos saludables en un mundo sostenible

Las perniciosas consecuencias para la salud y el medio ambiente de la agricultura industrial, así como la crónica de una muerte anunciada que Robin comenzó a describir antes incluso de que se produjesen las primeras crisis alimentarias en Latinoamérica (relacionadas con los biocarburantes) han llevado a la francesa a recorrerse el mundo en busca de alternativas ecológicas. Después de estudiar diferentes técnicas agroecológicas pudo comprobar que su rendimiento puede ser mayor que con técnicas propias de la agroindustria.La gran debilidad de la agroindustria es que se sustenta sobre un modelo dependiente de los combustibles fósiles

“Muchas veces, cuando hablamos de agroecología pensamos que se trata de volver a las técnicas empleadas por nuestros abuelos. No es así, se trata de prácticas mucho más complejas que dependerán de la zona geográfica donde se desarrollen, del tipo de cultivo o del tipo de tierra”, explica la autora. Sin embargo, Robin sí pudo comprobar que todos ellos coincidían en un principio básico: la complementariedad. “Se trata de un principio común mediante el que se busca complementar la biodiversidad del medio, mediante rotación de cultivos o interfiriendo en los ciclos biológicos de los insectos, para prevenir plagas y aumentar la producción”.

La demanda de productos ecológicos por parte de los consumidores ha aumentado proporcionalmente al deterioro de la cadena alimentaria, “pero la oferta todavía no llega para abastecerlos a todos”, apunta Robin. Para hacerla extensiva a todo el mundo no llega con la concienciación del consumidor, que al fin y al cabo es el que más poder detenta con sus decisiones de compra, sino que se necesitan medidas políticas concretas.

Entre las propuestas más urgentes para facilitar el cambio, la periodista cita “la prohibición de la especulación con alimentos, el fomento de la soberanía alimentaria mediante una férrea protección de los mercados y agricultores locales, y el acortamiento de las cadenas de distribución buscando conexiones directas entre consumidores y productores”. Solo mediante la eliminación de los intermediarios y finalistas, explica la francesa, el precio de los alimentos orgánicos se reduciría hasta en un 90%.

Las bases para posibilitar un cambio de modelo están puestas “desde hace muchos años”, pero de no iniciarse una pronta transición, advierte Robin, “no podremos anticiparnos a las crisis alimentarias que resurgirán en cualquier momento”.

http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013-06-11/comemos-veneno-el-cancer-la-infertilidad-y-la-diabetes-son-por-la-comida_200291/?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=ECNocheAutomatico

Conoce las graves consecuencias ambientales del consumo de carne

La industria cárnica es uno de los sectores que más contribuye al cambio climático. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el sector cárnico emite más gases de efecto invernadero que todo el transporte mundial junto (14,5% del total de emisiones).
Enviado por: ECOticias.com / Red / Agencias

Fecha de publicació: 27/02/2017, 12:17 h | (258) veces leída

Conoce las graves consecuencias ambientales del consumo de carne
El mayor desafío al que se enfrenta la especie humana en el siglo XXI es frenar el calentamiento global mitigando la emisión de los principales gases que lo aumentan. La principal acción o medida contra esta amenaza es el joven Acuerdo de París, un pacto firmado por 195 países, con el objetivo primordial de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y mantener la temperatura media del planeta por debajo de 2 °C sobre los niveles preindustriales. Las acciones necesarias para cumplir los compromisos del acuerdo serán gestionadas de forma autónoma por cada país.
La industria cárnica es uno de los sectores que más contribuye al cambio climático. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el sector cárnico emite más gases de efecto invernadero que todo el transporte mundial junto (14,5% del total de emisiones). Otra publicación más reciente, el Livestock and climate change de Goodland y Anhang, concluye que a nivel mundial el ganado y sus subproductos emiten el 51% del total de gases de efecto invernadero. De momento, Estados Unidos, México, Alemania y Canadá ya han publicado sus estrategias climáticas para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París, y, como era de esperar, no aparecen medidas regulatorias relacionadas con la reducción de las emisiones de la industria cárnica. No se incluyen acciones restrictivas ni educativas asociadas con el actual modelo de alimentación. Ni tampoco se plantea el tránsito hacia dietas más sostenibles y saludables, como han recomendado en reiteradas ocasiones la ONU y la OMS. Es cierto que las recientes propuestas sí que incorporan medidas vinculadas a reducir de forma indirecta los gases producidos por la ganadería, pero no se aborda el problema central del consumo. Algunas de estas acciones son: la reforestación, aforestación e implementación de agroforesterias para secuestrar carbono y recuperar la fertilidad de los suelos, aplicación de nuevas técnicas de cultivo, cambios en las dietas de los animales, empleo de biomasa, o minimizar las pérdidas de carbono por desastres naturales, entre otras.
Cada país aspira a objetivos diferentes en sus estrategias contra el cambio climático de cara al año 2050. Estados Unidos pretende reducir al menos el 80% sus emisiones de gases de efecto invernadero respecto a las del año 2005. México espera disminuir sus emisiones un 50% respecto a las del año 2000. Alemania tiene como objetivo conseguir la neutralidad en sus emisiones. Y Canadá se compromete a reducirlas en un 80% respecto a los niveles del año 2005. Una serie de propósitos que, además de ambiciosos, resultan paradójicos, debido a la inexistencia de acciones para regular una de las principales fuentes emisoras, la industria cárnica. Y más, aún, cuando cada vez aparecen más publicaciones científicas que advierten de la magnitud del problema y de la necesidad de adoptar medidas.
Según una investigación sueca desarrollada por expertos de la Universidad Tecnológica de Chalmers, es necesario reducir el consumo de carne procedente de rumiantes (vacas y corderos) en un 50% o más para hacer frente a las demandas del Acuerdo de París.
Otro estudio, realizado por científicos de la Universidad de Cambridge y publicado en la revista Nature Climate Change, concluye, que como máximo se deberían consumir 170g de carne roja y 5 huevos a la semana para conseguir los objetivos de mitigación de gases de cara al año 2050. Según el autor principal, el Dr. Bojana Bajzelj, «la producción de alimentos es uno de los principales motivos de la pérdida de biodiversidad, y un gran contribuyente del cambio climático y la contaminación, por lo que nuestras decisiones alimentarias importan». En la Oxford Martin School, un grupo de investigadores ha predicho, mediante modelos de simulación informáticos, que si todo el planeta llevase una dieta vegetariana se reduciría en un 63% las emisiones relacionados con la producción de alimentos y un 70% si se siguiese una dieta vegana. «No esperamos que todo el mundo se vuelva vegano», explica el Dr Springmann, que lidera esta investigación, y añade: «Los impactos del sistema de alimentación sobre el cambio climático serán difíciles de abordar y probablemente requieran más que simples cambios tecnológicos. Adoptar dietas más saludables y sostenibles puede ser un gran paso en la dirección correcta». La Organización Mundial de la Salud también apoya la reducción del consumo de carne por cuestiones de salud, y recomienda consumir como máximo 500g semanales de carne roja y no comer carne procesada, ya que aumenta los riesgos de padecer cáncer.
Los efectos negativos del actual consumo de carne no se limitan únicamente a la emisión de gases de efecto invernadero. También provocan graves perjuicios en diversos ámbitos ambientales y humanos, que las grandes potencias parecen ignorar.
Informes del World Watch Institue, basados en estadísticas de la FAO, datan que la ganadería emplea más del 30% de la superficie de la tierra, en su mayor medida para pastizales y el 70% de los terrenos agrícolas. Provocando la destrucción de hábitats, perdidas en la biodiversidad, y reduciendo el secuestro de carbono que realizan los medios naturales. El estudio también hace referencia a los graves problemas hídricos que supone la actual ingesta de carne. Para producir un 1kg de carne de vaca, se necesitan más de 15.000 litros de agua, para la de cerdo unos 8.000 litros y la de pollo más de 4.000 litros. En total, el 20% del agua consumida en el planeta se emplea para la producción de pienso. Este derroche provoca sequías y contaminación de aguas por el vertido de las heces de los animales en las mismas. Asimismo, el informe revela que en 2011 fueron vendidos para animales de granja en todo el mundo más de 120.000 toneladas de antibióticos, casi cuatro veces más que los que se suministraron a personas. Un uso desmedido que ya está produciendo graves consecuencias sobre la salud de personas y animales, debido a que las bacterias se hacen resistentes al medicamento.
Es innegable que en los últimos años existe una mayor conciencia social y política sobre el cambio climático. Prueba de ello son el aumento del uso de energías renovables como fuente parcialmente limpia de emisiones, o el incremento del reciclaje, cada vez más asimilado por las sociedades como la única forma de garantizar una producción sostenible. Sin embargo, el sector cárnico y sus subproductos están prácticamente olvidados en la lucha contra el calentamiento global, y las recientes estrategias de mitigación de gases no hacen más que ratificar esta evidencia. Según la FAO, entre 2010 y 2020 la ingesta mundial de carne habrá aumentado más de un 28%, el de leche más de un 24% y el de huevos más de un 30%. Cifras alarmantes, que reflejan la indiferencia política y el desconocimiento social respecto al consumo de carne y sus subproductos.
Pese a la pasividad de la mayoría de países a la hora de abordar esta problemática, algunos gobiernos se han desmarcado de la inacción política, y ya han empezado a tomar cartas en el asunto. Dinamarca, pese no haber publicado de momento su estrategia de mitigación de gases vinculantes al Acuerdo de París, ya ha aprobado un impuesto sobre las carnes rojas al considerarlas «indiscutiblemente el tipo de alimento más destructivo contra el planeta». Con esta medida el gobierno pretende reducir el consumo del país y crear conciencia social. El gobierno chino, al verse acorralado por los efectos del cambio climático, se ha propuesto reducir el consumo de carne del país en un 50% de cara a 2030, con la intención de reducir los elevados niveles de gases del país y mejorar la salud de sus habitantes.
Las asociaciones ecologistas también consideran necesario hacer frente a esta problemática. Greenpeace, WWF o Ecologistas en Acción, entre otras, abogan por una reducción mundial de la ingesta de alimentos provenientes de animales para luchar contra el cambio climático. Por otro lado, organizaciones animalistas como Igualdad Animal, PETA o Anima Naturalis… creen que la mejor solución es dejar de comer carne y proteína animal para erradicar definitivamente los efectos ambientales de la industria cárnica, y así evitar el sufrimiento que padecen los animales.
Próximamente, se publicarán el resto planes de acción climática de los países que forman parte del Acuerdo de París, y quedará establecida la hoja de ruta mundial para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Llegado el momento, podremos saber si el consumo de carne queda definitivamente excluido del marco de acción, o si, en caso contrario, algún gobierno decide quitarse la venda de los ojos y adopta las medidas oportunas para reducirlo.

El mayor desafío al que se enfrenta la especie humana en el siglo XXI es frenar el calentamiento global mitigando la emisión de los principales gases que lo aumentan. La principal acción o medida contra esta amenaza es el joven Acuerdo de París, un pacto firmado por 195 países, con el objetivo primordial de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y mantener la temperatura media del planeta por debajo de 2 °C sobre los niveles preindustriales. Las acciones necesarias para cumplir los compromisos del acuerdo serán gestionadas de forma autónoma por cada país.

La industria cárnica es uno de los sectores que más contribuye al cambio climático. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el sector cárnico emite más gases de efecto invernadero que todo el transporte mundial junto (14,5% del total de emisiones). Otra publicación más reciente, el Livestock and climate change de Goodland y Anhang, concluye que a nivel mundial el ganado y sus subproductos emiten el 51% del total de gases de efecto invernadero. De momento, Estados Unidos, México, Alemania y Canadá ya han publicado sus estrategias climáticas para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París, y, como era de esperar, no aparecen medidas regulatorias relacionadas con la reducción de las emisiones de la industria cárnica. No se incluyen acciones restrictivas ni educativas asociadas con el actual modelo de alimentación. Ni tampoco se plantea el tránsito hacia dietas más sostenibles y saludables, como han recomendado en reiteradas ocasiones la ONU y la OMS. Es cierto que las recientes propuestas sí que incorporan medidas vinculadas a reducir de forma indirecta los gases producidos por la ganadería, pero no se aborda el problema central del consumo. Algunas de estas acciones son: la reforestación, aforestación e implementación de agroforesterias para secuestrar carbono y recuperar la fertilidad de los suelos, aplicación de nuevas técnicas de cultivo, cambios en las dietas de los animales, empleo de biomasa, o minimizar las pérdidas de carbono por desastres naturales, entre otras.

Cada país aspira a objetivos diferentes en sus estrategias contra el cambio climático de cara al año 2050. Estados Unidos pretende reducir al menos el 80% sus emisiones de gases de efecto invernadero respecto a las del año 2005. México espera disminuir sus emisiones un 50% respecto a las del año 2000. Alemania tiene como objetivo conseguir la neutralidad en sus emisiones. Y Canadá se compromete a reducirlas en un 80% respecto a los niveles del año 2005. Una serie de propósitos que, además de ambiciosos, resultan paradójicos, debido a la inexistencia de acciones para regular una de las principales fuentes emisoras, la industria cárnica. Y más, aún, cuando cada vez aparecen más publicaciones científicas que advierten de la magnitud del problema y de la necesidad de adoptar medidas.

Según una investigación sueca desarrollada por expertos de la Universidad Tecnológica de Chalmers, es necesario reducir el consumo de carne procedente de rumiantes (vacas y corderos) en un 50% o más para hacer frente a las demandas del Acuerdo de París.

Otro estudio, realizado por científicos de la Universidad de Cambridge y publicado en la revista Nature Climate Change, concluye, que como máximo se deberían consumir 170g de carne roja y 5 huevos a la semana para conseguir los objetivos de mitigación de gases de cara al año 2050. Según el autor principal, el Dr. Bojana Bajzelj, «la producción de alimentos es uno de los principales motivos de la pérdida de biodiversidad, y un gran contribuyente del cambio climático y la contaminación, por lo que nuestras decisiones alimentarias importan». En la Oxford Martin School, un grupo de investigadores ha predicho, mediante modelos de simulación informáticos, que si todo el planeta llevase una dieta vegetariana se reduciría en un 63% las emisiones relacionados con la producción de alimentos y un 70% si se siguiese una dieta vegana. «No esperamos que todo el mundo se vuelva vegano», explica el Dr Springmann, que lidera esta investigación, y añade: «Los impactos del sistema de alimentación sobre el cambio climático serán difíciles de abordar y probablemente requieran más que simples cambios tecnológicos. Adoptar dietas más saludables y sostenibles puede ser un gran paso en la dirección correcta». La Organización Mundial de la Salud también apoya la reducción del consumo de carne por cuestiones de salud, y recomienda consumir como máximo 500g semanales de carne roja y no comer carne procesada, ya que aumenta los riesgos de padecer cáncer.

Los efectos negativos del actual consumo de carne no se limitan únicamente a la emisión de gases de efecto invernadero. También provocan graves perjuicios en diversos ámbitos ambientales y humanos, que las grandes potencias parecen ignorar.

Informes del World Watch Institue, basados en estadísticas de la FAO, datan que la ganadería emplea más del 30% de la superficie de la tierra, en su mayor medida para pastizales y el 70% de los terrenos agrícolas. Provocando la destrucción de hábitats, perdidas en la biodiversidad, y reduciendo el secuestro de carbono que realizan los medios naturales. El estudio también hace referencia a los graves problemas hídricos que supone la actual ingesta de carne. Para producir un 1kg de carne de vaca, se necesitan más de 15.000 litros de agua, para la de cerdo unos 8.000 litros y la de pollo más de 4.000 litros. En total, el 20% del agua consumida en el planeta se emplea para la producción de pienso. Este derroche provoca sequías y contaminación de aguas por el vertido de las heces de los animales en las mismas. Asimismo, el informe revela que en 2011 fueron vendidos para animales de granja en todo el mundo más de 120.000 toneladas de antibióticos, casi cuatro veces más que los que se suministraron a personas. Un uso desmedido que ya está produciendo graves consecuencias sobre la salud de personas y animales, debido a que las bacterias se hacen resistentes al medicamento.

Es innegable que en los últimos años existe una mayor conciencia social y política sobre el cambio climático. Prueba de ello son el aumento del uso de energías renovables como fuente parcialmente limpia de emisiones, o el incremento del reciclaje, cada vez más asimilado por las sociedades como la única forma de garantizar una producción sostenible. Sin embargo, el sector cárnico y sus subproductos están prácticamente olvidados en la lucha contra el calentamiento global, y las recientes estrategias de mitigación de gases no hacen más que ratificar esta evidencia. Según la FAO, entre 2010 y 2020 la ingesta mundial de carne habrá aumentado más de un 28%, el de leche más de un 24% y el de huevos más de un 30%. Cifras alarmantes, que reflejan la indiferencia política y el desconocimiento social respecto al consumo de carne y sus subproductos.

Pese a la pasividad de la mayoría de países a la hora de abordar esta problemática, algunos gobiernos se han desmarcado de la inacción política, y ya han empezado a tomar cartas en el asunto. Dinamarca, pese no haber publicado de momento su estrategia de mitigación de gases vinculantes al Acuerdo de París, ya ha aprobado un impuesto sobre las carnes rojas al considerarlas «indiscutiblemente el tipo de alimento más destructivo contra el planeta». Con esta medida el gobierno pretende reducir el consumo del país y crear conciencia social. El gobierno chino, al verse acorralado por los efectos del cambio climático, se ha propuesto reducir el consumo de carne del país en un 50% de cara a 2030, con la intención de reducir los elevados niveles de gases del país y mejorar la salud de sus habitantes.

Las asociaciones ecologistas también consideran necesario hacer frente a esta problemática. Greenpeace, WWF o Ecologistas en Acción, entre otras, abogan por una reducción mundial de la ingesta de alimentos provenientes de animales para luchar contra el cambio climático. Por otro lado, organizaciones animalistas como Igualdad Animal, PETA o Anima Naturalis… creen que la mejor solución es dejar de comer carne y proteína animal para erradicar definitivamente los efectos ambientales de la industria cárnica, y así evitar el sufrimiento que padecen los animales.

Próximamente, se publicarán el resto planes de acción climática de los países que forman parte del Acuerdo de París, y quedará establecida la hoja de ruta mundial para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Llegado el momento, podremos saber si el consumo de carne queda definitivamente excluido del marco de acción, o si, en caso contrario, algún gobierno decide quitarse la venda de los ojos y adopta las medidas oportunas para reducirlo.

http://www.ecoticias.com/co2/133018/Conoce-las-graves-consecuencias-ambientales-del-consumo-de-carne?utm_source=MailingList&utm_medium=email&utm_campaign=05%2F03%2F2017+eco

Estos NO son alimentos ecológicos, sino todo lo contrario

“En contraposición con los llamados alimentos ecológicos que son respetuosos con el medio ambiente y sostenibles en su producción y distribución, muchos otros resultan una verdadera amenaza para su entorno y estos son algunos ejemplos.”
Enviado por: ECOticias.com / Red / Agencias

Fecha de publicació: 03/03/2017, 13:09 h | (480) veces leída

Estos NO son alimentos ecológicos, sino todo lo contrario
Aceite de palma
La palma aceitera (Elaeis guineensis) es originaria de África occidental y su producto más conocido es el aceite de palma, empleado en una enorme cantidad de manufacturas industriales; su gran demanda ha extendido su cultivo de forma global.
En Indonesia, Malasia y la isla de Borneo se han talado y quemado ingentes porciones de selva de gran importancia biológica. Es el monocultivo que mayor grado de devastación ha causado e incluso pone en peligro la supervivencia de especies endémicas, como la del orangután de Borneo.
Aguacates
En México el aguacate es esencial para su gastronomía y no solo como parte del Guacamole que lo ha hecho famosos en el mundo entero, especialmente en las EEUU; allí el consumo de esta fruta que hasta hace menos de dos décadas era considerada exótica se ha multiplicado exponencialmente.
El problema es que la mayoría de los aguacates no está cultivándose como un alimento ecológico, sino que se están talando bosques naturales, especialmente en el estado de Michoacán, donde se plantan de forma ilegal, poder cumplir con la demanda.
Embutidos
Cataluña es la zona donde más se fabrican este tipo de productos, que son parte de la dieta tradicional española y de sus exportaciones. El problema más grande que tienen estas factorías son los purines o excrementos de los cerdos que se crían para luego fabricar los embutidos.
Si bien muchas empresas aplican los más estrictos controles al vertido de sus desechos y algunas producen alimentos ecológicos, otras los vuelcan directamente a las aguas de arroyos y ríos, sin ningún tipo de tratamiento previo, lo que ha contaminado más del 40 % de las aguas subterráneas aledañas.
Fresas
Este monocultivo típico de la zona de Huelva requiere grandes cantidades de agua para proliferar. En el norte del Parque Natural de Doñana han proliferado los cultivadores ilegales de fresas, al punto de que, a causa de la sobreexplotación de los pozos, el parque corre el riesgo de secarse. También es cierto que gran número de productores locales las cultivan de forma sostenible y como alimentos ecológicos.
Panga
Si bien este pez tiene un alto rendimiento en la producción, no puede calificarse de alimento ecológico, ya que son motivo de la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas de los ríos de Vietnam donde se crían, por el tipo de alimentación que se les provee, los antibióticos y hormonas que se les inyectan y la superpoblación y falta de controles sanitarios.
Salmones de piscifactorías
El salmón tiene una carne muy delicada y apreciada en todas partes del mundo, pero cuando provienen de piscifactorías, especialmente las del sur de Chile, Noruega y Escocia, es importante saber que su crianza los aleja mucho del concepto de los alimentos ecológicos.
No solamente se los inyecta con hormonas e infinidad de antibióticos, sino que su producción afecta de forma muy negativa al Medio Ambiente, contaminado las aguas y poniendo en peligro las fuentes de trabajo de los pescadores tradicionales y la sobrevivencia de la biodiversidad local.

Aceite de palma

La palma aceitera (Elaeis guineensis) es originaria de África occidental y su producto más conocido es el aceite de palma, empleado en una enorme cantidad de manufacturas industriales; su gran demanda ha extendido su cultivo de forma global.

En Indonesia, Malasia y la isla de Borneo se han talado y quemado ingentes porciones de selva de gran importancia biológica. Es el monocultivo que mayor grado de devastación ha causado e incluso pone en peligro la supervivencia de especies endémicas, como la del orangután de Borneo.

Aguacates

En México el aguacate es esencial para su gastronomía y no solo como parte del Guacamole que lo ha hecho famosos en el mundo entero, especialmente en las EEUU; allí el consumo de esta fruta que hasta hace menos de dos décadas era considerada exótica se ha multiplicado exponencialmente.

El problema es que la mayoría de los aguacates no está cultivándose como un alimento ecológico, sino que se están talando bosques naturales, especialmente en el estado de Michoacán, donde se plantan de forma ilegal, poder cumplir con la demanda.

Embutidos

Cataluña es la zona donde más se fabrican este tipo de productos, que son parte de la dieta tradicional española y de sus exportaciones. El problema más grande que tienen estas factorías son los purines o excrementos de los cerdos que se crían para luego fabricar los embutidos.

Si bien muchas empresas aplican los más estrictos controles al vertido de sus desechos y algunas producen alimentos ecológicos, otras los vuelcan directamente a las aguas de arroyos y ríos, sin ningún tipo de tratamiento previo, lo que ha contaminado más del 40 % de las aguas subterráneas aledañas.

Fresas

Este monocultivo típico de la zona de Huelva requiere grandes cantidades de agua para proliferar. En el norte del Parque Natural de Doñana han proliferado los cultivadores ilegales de fresas, al punto de que, a causa de la sobreexplotación de los pozos, el parque corre el riesgo de secarse. También es cierto que gran número de productores locales las cultivan de forma sostenible y como alimentos ecológicos.

Panga

Si bien este pez tiene un alto rendimiento en la producción, no puede calificarse de alimento ecológico, ya que son motivo de la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas de los ríos de Vietnam donde se crían, por el tipo de alimentación que se les provee, los antibióticos y hormonas que se les inyectan y la superpoblación y falta de controles sanitarios.

Salmones de piscifactorías

El salmón tiene una carne muy delicada y apreciada en todas partes del mundo, pero cuando provienen de piscifactorías, especialmente las del sur de Chile, Noruega y Escocia, es importante saber que su crianza los aleja mucho del concepto de los alimentos ecológicos.

No solamente se los inyecta con hormonas e infinidad de antibióticos, sino que su producción afecta de forma muy negativa al Medio Ambiente, contaminado las aguas y poniendo en peligro las fuentes de trabajo de los pescadores tradicionales y la sobrevivencia de la biodiversidad local.

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