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La historia de la fideera Cereseto, nacida en 1883,la primera fábrica de pasta de la provincia de Buenos Aires

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Imagen del edificio en la década de 1980.. Archivo Histórico Municipal

Allí funcionó la primera fábrica de pastas secas de la provincia de Buenos Aires

Edificio Cereseto: la historia por debajo de las piedras del derrumbe
El tiempo terminó el trabajo que la memoria social no pudo resguardar a tiempo. La historia de la fideera Cereseto, nacida en 1883 y cuyo edificio data, en su totalidad, de 1889. Olavarría en aquellos años. Calles empedradas. Una confitería. Y una fábrica moderna, dotada de las máquinas más avanzadas, que fue puntal en “el arte” de las pastas secas.

La fábrica Cereseto y uno de los carros con caballos percherones que recorrían la provincia con pastas para vender.. Archivo Histórico Municipal

Claudia Rafael

crafael@elpopular.com.ar

Sólo queda la memoria. De aquel sueño del genovés llegado para hacerse “l`América” en la segunda mitad del siglo XIX, casi no subsiste nada. Apenas algunas maquinarias arrinconadas en los tramos del edificio Cereseto que resiste al derrumbe y que serían el deleite de la arqueología industrial. En una edición de EL POPULAR de 1937, se lee todavía hoy una lista elaborada por el Centro Comercial-Industrial que ubica en 1885 el nacimiento de la fábrica de pastas Cereseto Hnos.; que más tarde se llamó Francisco Cereseto y por último Faustina B. de Cereseto. La modernidad, la locura de la nueva tecnología que se devora costados de la condición humana en distintos tiempos, extinguió la famosa fideera de Alsina y Necochea. Cuyo edificio data, en su completud, de 1889, según se lee en un umbral. Una paulatina extinción tuvo su definitivo punto final hacia mediados del siglo XX. Luego sólo quedó, hasta no hace demasiado tiempo, la memoria viviente de Angelita Cereseto, una de las hijas de Francisco, que regalaba trazos de la historia a quien la quisiera escuchar.

La imagen de la cuadra de la fideera Cereseto, en pleno trabajo. En lápiz, se leen los nombres de los trabajadores: Torre, Sabattini, Cutuli, Enrique Loza, Enrique Fidanza, Pablo Brizzio.. Colección Cirigliano. Archivo Histórico Municipal

Este octubre volvió a colocar los ojos de la ciudad en esa pintura de época de la que quedaban apenas despojos arquitectónicos. Era un secreto a voces que tarde o temprano ocurriría lo que finalmente sucedió. El derrumbe que destrozó gran parte de la histórica fideera, “una de las primeras industrias del centro de la provincia de Buenos Aires, la primera en pastas secas”, según relató a este diario la historiadora Aurora Alonso. Una industria que, no sólo en el origen de sus hacedores sino también en el objeto de existencia, remitía a Italia. “Pastasciutta” para los inmigrantes llegados desde la península con forma de bota. En su mayoría –para ese tiempo- arribados de Lombardía y Piemonte. Y tantos, como don Francisco Cereseto, de su Génova natal. Puerto que se abría para forjar desde los barcos mismos, la suerte de millones de hombres y mujeres que se atrevieron a partir sin mirar atrás.

“La parte más vieja era la primitiva fábrica y casa de la familia, que era una empresa familiar. Allí trabajaban todos, las chicas llevaban los libros, otros trabajaban en las máquinas. Y el señor Cereseto tuvo el mérito de traer de Europa las mejores máquinas de la época, que todavía están ahí. Eran las máquinas que permitían hacer todos los tipos distintos de pastas. Pero además, los que después llegaban para aprender ‘el arte’ en Cereseto eran los que ponían luego sus propias fábricas. Por ejemplo, Egidio, Salvador y Francisco Aitala, que llegados de Italia, aprendieron el arte de la fabricación de pastas y pusieron su propia fábrica en 1912”, describió la historiadora y escritora.

La Olavarría de aquellos días tenía ya entonces veleidades de ciudad. Eran unas veinte manzanas y su parte más céntrica gozaba del privilegio de tener las calles empedradas o entoscadas. En lo que sigue siendo hoy el microcentro, las arterias tenían estos mismos nombres. Del Valle, por ejemplo, que no se llamaba de ese modo era “un cañadón, donde se juntaba muchísima agua y, para cruzar hacia lo que hoy es San Vicente, había que atravesar por unos pequeños puentes de madera”.

Esa naciente ciudad –surgida 18 años antes de la creación de la fideera- tenía inclusive una confitería. Y para la llegada del cine habría que esperar apenas unas décadas.

En aquel tiempo Francisco Cereseto “tenía una flota de carros, tremendos, enormes, tipo chatas arrastradas por unos caballos percherones. Y andaban por toda la provincia llevando las pastas secas. Siempre había algo de familiar en el trabajo de los obreros”.

Intentos de salvación

En una nota periodística firmada por el escritor Roberto Forte en 1984, en el diario “Tiempo Argentino” se lee que “como consecuencia de una voluntad que sólo impulsa el genio o el poder de los sentimientos el edificio creció majestuoso con la fortaleza de una piedra cúbica y fue orgullo de un pueblo que comenzó a ostentar el ampuloso nombre de ciudad del trabajo. La fábrica era modelo de tecnificación en esos años. Su corazón vibrante era la candente caldera a vapor que generaba energía transmitida luego por largos ejes, por poleas y correas. La dura actividad marcó a fuego a esa gran familia que señaló un hito industrial en el pueblo. Luego, con la llegada del fluido eléctrico, la marcha de las máquinas se hizo quizás menos ruidosa aunque no por eso menos agotadora y sacrificada la tarea”. La nota se titulaba “Olavarría lucha en defensa de su pasado entrañable. La comunidad quiere salvar una antigua fábrica que forma parte de su tradición”.

En “la planta baja funcionaba la fábrica. En la planta alta, la administración”, relató el arquitecto Mario Arabito. “El 27 de abril de 1984 se inauguró una muestra que duró alrededor de un mes y se llamó ‘la ecología en acción’, en la que participó incluso la Unesco y colaboró el Club de Leones. El impulsor era el ingeniero Mario Garrone. Fue como resucitar el lugar y fue después de eso la compraron los Lenzetti, muy entusiasmados en reciclarla. Garrone siguió luchando y habló con Icomos (Consejo Internacional de Museos y Sitios), con Unesco y logró el apoyo en papeles del Municipio. Pero después, el edificio fue sufriendo la necesidad del comercio que genera una inexorable renovación. Un primer boliche utilizó las máquinas como parte de la decoración. Un segundo boliche quitó algunas. Un tercer boliche no dejó nada”, contó Arabito.

En 1986 –historió Aurora Alonso- “el edificio estaba muy derruido, junto al ingeniero Mario Garrone y María Inés Krimer, que estaba en la facultad de Ingeniería, decidimos hacer la semana en el Cereseto. Hicimos de todo. Graciela Rosetti ponía plantas para tapar los agujeros de la pared. Desfiló tanta gente… Casi treinta años atrás hicimos ese evento que era algo así como lo que es hoy la noche de los museos pero que se extendió por una semana. Pintores, escultores, artistas importantes. Hubo una versión ilustrada del Martín Fierro. La gente estaba contenta. Era como una fiesta de la cultura. Incluyó conferencias, exposiciones, recitales, muestra de escultura en madera. Llegaron los mejores humoristas del momento: Hermenegildo Sábat, Crist, Amengual, Miguel Brascó. Nos visitaron Onofre Lovero, Roberto Páez, Griselda Gambaro y su marido, el célebre escultor Juan Carlos Destefano, uno de los creadores del Instituto Di Tella”.

Agua y azafrán

La entonces directora del Archivo Histórico Municipal recordó cómo “iba, con alguna otra gente, a charlar con Angelita Cereseto para que contara cosas porque era un testimonio vivo. Ella tenía el recuerdo de que el padre era un hombre muy bueno y muy riguroso en el trabajo. Todos madrugaban mucho y se le daba muchísima importancia a lo que hacían. Me acuerdo de una anécdota de Aitala, a partir de un aprendizaje que incorporó en la fábrica Cereseto. En aquella época se usaba azafrán para dar color a la pasta. Y se le ponía un poquito porque era muy caro. Mucho más tarde, Aitala fue a una convención de fabricantes de pastas y preguntó dónde compraban las pequeñas balancitas para pesar el azafrán. Todos se sorprendieron: ¿cómo azafrán? Es que nadie lo usaba por el costo. Todos usaban cúrcuma, que es mucho más barato. En cambio, ellos usaban azafrán porque sostenían la idea de la importancia de la calidad de la pasta. Pero Angelita también me contó que otro de los motivos de instalar la fábrica en Olavarría, es que el agua era muy buena, muy sabrosa”.

Los lazos humanos de aquellos días hablaban de otros entramados sociales. Es hacia 1883 en que se forma en Olavarría la primera mutual de extranjeros. Era de italianos que se nuclearon en el mismo lugar en que actualmente funciona la Sociedad Italiana. En Dorrego, entre Rivadavia y Moreno. Allí crearon “un hospital, con sala para hombres y mujeres. Después empezaron a edificar un nuevo hospital en un terreno, donde actualmente funciona la ex escuela Nacional. Llegaron a hacer los planos. Todavía no existía el hospital municipal, para el que se compró el terreno recién en 1897 ó 1898. Cuando se empezó a decidir que se iba a hacer el hospital municipal, las colectividades española e italiana que tenían hospital propio, se echaron atrás porque el gasto era muy grande y optaron por apoyar la construcción del hospital municipal. Y la mutual italiana donó el terreno para que el Estado hiciera un colegio”, reveló Aurora Alonso.

Cuando en la media mañana del 29 de octubre último, un derrumbe destrozó los últimos resabios de una parte de la historia fundacional de la ciudad, muchos pensaron que era la crónica de una muerte anunciada hace demasiado tiempo. Otros, simplemente recordaron que en la esquina de Necochea y Alsina había habido un edificio viejo, anquilosado y sin mayor importancia.

Hoy sólo quedan los retazos ajados de la memoria.

http://www.elpopular.com.ar/eimpresa/224837/la-historia-de-cereseto-la-primera-fabrica-de-pastas-secas-bonaerense


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